miércoles, septiembre 06, 2006

SOÑANDO CONTIGO

Estuve soñando contigo.

Ocurre en ocasiones que una dulce huella queda grabada en el subconsciente; una huella que da rienda suelta a la fantasía. Y en algunos momentos en que la compañía se convierte en soledad, el alma viaja a un mundo de fantasía donde los sueños viven su realidad.

En ese mundo fue donde te encontré.

Ahí estaba yo: seductora, atrevida, sensual. Nuestras miradas se encontraban y eran capaces de transmitir nuestros deseos sin ayuda de las palabras. Así fue como me giré para que pudieras atar mis manos a la espalda. Estaba pegada a ti. Mientras tus manos se deslizaban bajo mi blusa, rodeando mis pechos, mientras mis manos, atrapadas entre cuerdas, se revolvían para acariciarte entre las piernas, provocando la aparición de un bulto que se excitaba con la proximidad de mis manos, de mi culo, escondido en el pantalón.

Mi cuello se giraba para pegarse a tu cara mientras tu boca buscaba la mía, y nuestras lenguas se anudaban, al tiempo que tus manos bordeaban mis pechos y retorcían mis pezones, cada vez más tersos.

Revolviste mi blusa dejándola atrapada entre mis manos atadas, para dejar mis preciosas tetas al descubierto. A pesar de la ténue penumbra, podía sentir cómo la brisa de la ventana abierta recorría mis preciosas curvas antes de encontrarse con tu avariosa lengua, ávida de recorrer mi cuerpo desde el ombligo hasta tu lengua pasando por el contorno de mis pechos, por los duros pezones, por mis cálidos labios.

Tu cuerpo ya yacía semidesnudo sobre las sábanas. Mi rostro de placer provocaba fuertes erecciones en tu pene, deseoso de acariciar mi cuerpo, aún atrapado en tus calzoncillos. Sin embargo no era su momento, sino el de mi cuerpo. Y mi deseo no era otro que me proporcionaras tanto placer como fueras capaz de dispensar.

Tus manos arrastraron mis pantalones para descubrir mis preciosas bragas, húmedas, y deslizarse sobre mis piernas, por fin libres para rodearte. Volviste a lamer mi lengua, mi cuello, mis pechos, mi ombligo, y deslizaste tu lengua sobre mis bragas, para sentir mi humedad traspasándolas. Recorríste mis piernas mientras retirabas las bragas, las bordeabas hasta alcanzar los delicados dedos de mis pies, y lamerlos, chuparlos, antes de volver a mi coño.

Mis movimientos, atada, mis gemidos, te excitaban cada vez más. Ya desnudo, volvíste a recorrer mi cuello, a entretenerte en mis orejas, a morder mis labios, mientras tu pene acariciaba mi coño, sentías mi humedad y hasta te atrevías a rozar suavemente mi clítoris en cortos movimientos.

Volvíste a lamerme entre las piernas mientras el olor penetraba en tu nariz y sacudía tu pene con una fuerte erección. Empezáste a jugar con mi clítoris, pero estaba tan húmeda que sentía la necesidad que me metieras la lengua hasta donde podías alcanzar. Entrando y saliendo, lamiendo entre mis piernas, y bajando a mi ano, empapado de esa mezcla entre sudor y flujo que recorria toda mi entrepierna, estaba alcanzando cotas máximas de placer, sabiendome atrapada en mi éxtasis.

Tu lengua seguía jugando entre mis piernas, mi clítoris, mi ano, cuando metiste un dedo en la boca y empezaste a penetrarme con él. Mi cara estaba empapada en sudor, mis piernas mojadas, tus dedos penetrándome, mis gemidos excitandote más y más.

Deslizaste un dedo por mi ano y pude sentir cómo lo abrazaba abriéndose y cerrándose mientras otro de tus dedos entraba en mi vagina con tu lengua. Eras un estallido de placer. Entonces subiste hasta mi boca para que te humedeciera el pene. Lo chupé con locura y este se endureció hasta el límite. Volviste a bajar para penetrarme. Tu pene entró tan suavemente en mi vagina que en pocos segundos pude sentir cómo mi flujo lo envolvía. Me penetraste una y otra vez, pero tu excitación era máxima, no podías más.

Estabas a punto de estallar cuando sentí cómo se endurecían las paredes de mi vagina. Tus gemidos me envolvían de placer, mis pechos te acariciaban, mi coño estaba ardiendo, y entonces explotamos de placer…

Mi vagina se deshizo mientras un largo chorro de semen la golpeaba por dentro. Nuestros cuerpos se fundieron en uno. Nos besamos. Seguimos moviendonos, lentamente, como si nuestras almas estuvieran ya abandonando nuestros cuerpos. Y la mía volvió, con tu deseo liberado. Y aún sentía tu olor cuando me sumí en un profundo sueño del que no quería despertar.

P.D.: Adaptación de un correo de un admirador...