miércoles, marzo 21, 2007

LA DANZA DE KITTY

Desde el jardín podía escuchar la música y risas que salían desde el gran salón usado sólo para ocasiones muy especiales. Mi viaje había sido largo, llegaba cansada otra vez a ti, deseosa de reposar en tus fuertes brazos y ansiosa por regalarte con mi cuerpo.

Subí rápidamente las escaleras de la gran mansión que me daba la bienvenida a la luz de la luna llena, tus esclavos me miraban pasar y recogían mi equipaje que, sin darme cuenta, iba dejando olvidado por el trayecto. Hasta que al fin llegué a las puertas de madera finamente talladas que daban al salón. Estaba cerrada y la vigilaban dos esclavos más.

Con todas mis fuerzas y ganas empujé las puertas que hicieron un ronco sonido. Por un minuto el mundo se detuvo al clavarse tus oscuros ojos sobre los míos. Estabas sentado en tu sillón sobre el pedestal, aquel pedestal con escalones donde acostumbran a estar recostadas desnudas tus esclavas favoritas.

La gente desapareció. El mundo desapareció.

Caminé despacio hasta el centro del salón mientras tus invitados me dejaban pasar. Entonces alcé la voz “Señor, he viajado por extensos territorios en busca del sol y del placer. Ahora vuelvo a ti una vez más para regalarte con mi presencia, con mi cuerpo y mis palabras. Por favor, déjame dar gracias a mi diosa que me guió nuevamente a ti”

Tu amplia sonrisa me indicó que estabas agradecido por mi regreso y que no te oponías a mi petición. Ante mi solicitud, tus músicos comenzaron a tocar una melodía ancestral, inundada de tambores que me recordaban esas calidas noches por el trópico. Mi cuerpo comenzó a moverse al ritmo cadencioso mientras el vestido blanco comenzaba a caer lentamente a cada uno de mis movimientos hasta que dar completamente desnuda. Mis manos se elevaban al cielo mientras mis caderas giraban en círculos alocados, mi cabello suelto se agitaba a cada uno de mis movimientos mientras mi canto a la diosa Yemanjá llenaba el espacio.

Entre giro y giro, caí rendida a tus pies. Tus invitados explotaron en aplausos y felicitaciones como si yo les hubiese regalado a ellos mi danza, parecía que no habían escuchado que eran para ti y para mi diosa.

Aún jadeante subí la mirada hacia la tuya. Ví complacencia en tus ojos, ví alegría de verme nuevamente y también vi esas señas imperceptibles que me indican que algo más quieres de mí.

Tus esclavos me levantaron del suelo y me llevaron a una tarima que había en un rincón, uno de tus esclavos comenzó a besarme suavemente los labios, mientras otro abrió mis piernas y comenzó a jugar con su lengua en mi clítoris brindándome placer. Entre los dos me dieron ese placer al cual me negué por meses durante mi búsqueda, en ese instante me di cuenta que mi búsqueda no había dado frutos y que la supuesta paz que yo buscaba se encontraba ahí, entre esas paredes de piedra, entre los amplios jardines de la mansión, pero a su vez sabía que mi alma necesita ser libre para ir y venir a mi antojo… pero mis pensamientos ya no me importaban, en ese momento sólo quería sentir el placer tan añorado de volver a sentir tu piel contra la mía.

Poco a poco comencé a gemir de placer, casi en forma imperceptible al principio, luego más y más fuerte. Tus esclavos estaban bien entrenados y sabían exactamente qué le gusta a una mujer como yo, entonces retrocedieron un poco y se ubicaron uno a mi derecha y el otro a la izquierda ofreciéndome sus vergas grandes e hinchadas. Mis pequeñas manos comenzaron a acariciarlos suavemente y mi lengua comenzó a darles suaves golpecitos en la punta, primero a uno y luego al otro, para ir poco a poco introduciéndolos en mi boca.

Tus esclavos comenzaron a gemir y sentí en mis manos sus vergas a punto de explotar, acerqué mi boca rápidamente y bebí sus fluidos mientras tus invitados aplaudían una vez más el espectáculo que presenciaban.

“Gracias gatita por tu espectáculo, ha sido un bello regalo. Por favor, tu habitación está lista para ti, tal como la dejaste la última vez. Ve a ella y espérame, que tenemos mucho que hablar y disfrutar”