La habitación era amplia, tenía una iluminación cálida que
hacía que todo fuese familiar.
Sentados al borde de la gran cama, tomados de la mano, ni
uno hablaba. Ella trataba de disfrutar el momento mientras él ponía un gesto de
preocupación. No había sido fácil llegar hasta ahí, mucho tiempo había pasado
para que estos dos amantes pudieran por fin encontrarse y estar a solas.
Ella notó su preocupación, tomó una bocanada de aire, como
quien se lanzará a una piscina, se puso de pie frente a él, suavemente tomó su
cara en sus manos, lo miró fijamente a los ojos y le dijo “Cariño ¡Deja de
pensar! Esta puede ser la única oportunidad que tu y yo tengamos en esta vida
de estar juntos” Acercó sus labios a los de él y lo besó suavemente, luego pasó
su lengua por su labio inferior y saboreó el sabor dulce de ellos.
Dio un paso atrás y comenzó a sacarse la ropa, él la
devoraba con la mirada y sus preocupaciones se desvanecieron, al mismo ritmo
con el que ella se quitaba la ropa.
Hundió su rostro entre sus senos, aspiró su olor a hembra y
sintió que el mundo giraba. La empujó a la cama para besarla desenfrenadamente,
quería quedarse para siempre entre sus brazos aspirando su olor.
Su excitación crecía, no se dio cuenta en qué momento se
despojó de la camisa y el pantalón, sólo sabía que su cuerpo necesitaba el
calor y el olor del cuerpo de ella en él.
“Jamás olvidarás esta noche” le susurró al oído mientras su
mano tomaba uno de sus pezones y lo apretaba, urgiéndolo, demostrando cuánto
quería que ella gimiera. Un pequeño quejido escapó de sus labios, quejido que él
tomó entre los suyos en un largo beso mientras sus juguetonas manos ya hacían
presa del otro pezón.
Su mano bajó por su abdomen, lo apretó, jugó alrededor de su
ombligo, y bajó hasta el monte de Venus, instintivamente ella abrió sus
piernas, estaba dispuesta a que él hiciera lo que quisiera. Quería abandonarse a sus manos, a
su cuerpo ¡Lo deseaba hacía tanto tiempo!
Sus dedos se encontraron con la humedad característica de
una hembra en celo, recorrió su clítoris suavemente y lo presionó. Ella arqueó
la espalda, quería más, mucho más. Él se dio cuenta pero no la apuraba, se
tomaba su tiempo para recorrer su intimidad, de vez en cuando pasaba su dedo
por sus labios y luego los besaba, quería que ella sintiera ese olor que lo
volvía loco, ese olor por el que estaba arriesgando todo por estar ahí, con
ella.
Sin aviso previo hundió profundamente su dedo en ella, ella
gimió, arqueó la espalda y él hundió su cabeza en su abdomen, lo mordió, ella
gritó de placer.
Los jadeos de ella, la forma como se movía sobra la cama,
entregada a sus manos, a su calor, hacían que él imprimiera más fuerza a sus
movimientos, dos dedos y aún más profundo, quería llegar hasta sus entrañas,
tres dedos y las manos de ella sujetaron su brazo para que llegara más lejos. Ya no gemía, lo miraba fijo pidiendo más.
Sacó sus dedos rápidamente, ella gritó para que no lo hiciera,
se puso entre sus piernas y ella supo que al fin lo tendría y sería de él. Le
levantó las piernas, de una sola estocada la penetró mientras lanzaba un
gruñido y ella se unía a ese sonido animal. Sentía que le quemaban las entrañas
en cada estocada, sus senos bailaban al ritmo del vaivén que imponía él.
Él se detuvo, ella lo miró fijamente mientras jadeaba “Mírame,
no dejes de mirarme” le pidió, quería hundirse en el mar de sus ojos verdes y
no salir nunca más de ese refugio.
Se paró a un lado de la cama y le ofreció su pene erecto.
Ella lo tomó en sus manos, lo pasó por su cara, por su frente, por sus pechos,
lo quería todo para ella y para nadie más. Pasó su lengua a lo largo de ese
falo maravilloso, abrió su boca y lo hundió en ella. Él cerró los ojos y se dejó
llevar por el placer que sentía, el calor y la humedad de su boca era
exquisita, sentía como su lengua recorría su pene, primero para un lado, luego
para el otro, lo succionaba con avidez, giraba sus manos y luego su boca sobre él.
De pronto sintió que iba a explotar.
Muy rápido la tomó, la giró sobre la cama y apreció su gran trasero redondo, lo besó, lo mordió, tomó su olor, luego se incorporó y la penetró
profundo. Ella gritó pero él no se detuvo, continuó una y otra vez en forma
desenfrenada, ella gritaba por más y él, obediente, más le daba.
De pronto ella sintió un calor inconfundible que subía por
sus pies y explotó en pequeños espasmos dentro de su vagina, sentía que todo su cuerpo
se contraía alrededor de ese pene tan deseado. Él no se detuvo, sintió las contracciones
de ella en su pene, lo estimulaban a más. Continuó una y otra vez hasta que
explotó en su interior. Gruñó, luego gritó, se apoyó sobre ella para luego
rodar a su lado.
Jadeantes aún por el esfuerzo realizado, unidos por un
abrazo que parecía eterno, felices por poder al fin estar juntos y satisfechos
por el placer, sonrieron sin decir ni una palabra. Deseando que el descanso
fuera corto para disfrutar uno del otro por segunda vez.
2 comentarios:
Me gustan tus relatos y la forma en abordas los temas....
Gran relató hermoso descubrimiento saludos, seguiré explorando
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