domingo, febrero 05, 2006

ALBINO

¿Has adivinado alguna vez con sólo un roce que ese hombre te dará la satisfacción más grande de tu vida?

Pues yo lo sentí la primera vez que viajé a Brasil.

Albino Souza se llamaba y era mi guía en esa ciudad, no había pasado más de una hora en ese país cuando tomó de mi brazo, entonces sentí algo que jamás había sentido y que, dicho sea de paso, no he vuelto a sentir: sentí escalofríos al tacto con su piel... le iba a decir a mi amiga que me acompañaba, pero algo me detuvo, a lo mejor fue el no pasar por loca...

En fin, primer día y el coqueteo era evidente, pero era un coqueteo cargado de insinuaciones eróticas... él me buscaba con la mirada, cierro los ojos y puedo sentir sus ojos negros en los míos...

El tercer día fue cuando comenzó a concretarse todo, habíamos viajado varios kilómetros en el bus y ya veníamos de vuelta al hotel, cuando te acercaste a decirme algo, la verdad es que te acercaste demasiado y me diste un beso... ¡No lo podía creer! Estábamos en el bus, lleno de turistas a los que tenías que atender... mi amiga sentada al lado mío casi se murió y sólo atinó a mirar por la ventana... Estaba claro: esa noche nos escaparíamos cuando terminara tu turno.

Te desocupaste sumamente tarde, después de la una de la madrugada, entonces hicimos todo un ardid para salir del Hotel sin que nos vieran juntos... salí primero y te esperé a unas cuadras del Hotel mientras tu pasaste a buscar tu auto.

Condujiste por calles oscuras, pasaste a comprar un par de tragos a un puesto en plena calle, algo bastante novedoso tomando en cuenta que por estos lados está prohibido el consumo de alcohol en la vía pública, y me llevaste a Playa Brava: una playa escogida por los surfistas por su oleaje...

Esa noche el ambiente estaba cargado... había comenzado a llover como a las 11 de la noche y cerca de las 12 había caído una tormenta eléctrica que hacía el ambiente cálido y húmedo, justo como debe ser en un país tropical. La luna sobresalía por detrás de las nubes, de un color rojo anaranjado, como yo jamás había visto ni he vuelto a ver.

Nos refugiamos de la lluvia que aún caía en un puesto de bebidas que había en la playa, ahí comenzamos a beber mientras nos besábamos abiertamente, así como queríamos y no habíamos podido hacer... tus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo, no querías dejar ni un centímetro sin tocar, con desesperación recorrías mis senos con una mano, mientras con la otra buscabas frenéticamente que yo abriera las piernas para tocarme con total libertad.

Igualmente mis manos querían descubrir tu piel bajo tu ropa, te saqué la camiseta que llevabas, tu olor era muy especial al igual que tu piel: tenías un gusto más bien dulce, comparado con lo que imaginaba. Mis manos bajaron lentamente hasta encontrarme con tu cinturón, con ambas manos lo desabroché para luego bajar el cierre de tu pantalón, ahí debajo estaba tu pene... grande, muy grande, uno de los más grandes que he visto en mi vida... te jactaste de su tamaño e insististe en decirme que medía 23 centímetros, a lo que callé, pues sin lugar a duda, ese debía ser el tamaño.

Me senté en un banco para estar más cómoda, acercaste tu pene a mi boca y pude lamerlo a mi entero antojo, imposible tenerlo todo dentro de mi boca, pero era un gusto pasar mi lengua por él, por la puntita donde de vez en cuando salía una gotita de tu semen, que sabía igual de dulce que tu piel. No sé cuánto rato estuve así, lamiendo, succionando, chupando, escuchando tus gemidos y tus palabras en portugués que no entendía, pero que sabía que eran de agrado. La lluvia había cesado cuando me obligaste a ponerme de pie.

Entonces levantaste mi blusa y corriste mi sostén para comenzar a morder suavemente mis pezones que ya estaban bastante duros, de pronto mordías, luego chupabas, succionabas y volvías a morder... tus manos comenzaron a bajar por mi espalda, tus uñas pasaban ligeramente por ella produciéndome escalofríos, hasta que comenzaste a bajar el cierre de mi pantalón, lo bajaste con maestría y tus manos comenzaron a jugar con mi clítoris, estaba muy mojada lo que te gustó mucho, pasabas tus dedos por mi vagina y luego los llevabas a tu boca, para luego repetir la operación. De pronto comenzaste suavemente a meter tu dedo en mi ano... tu cara de satisfacción al sentir que te costaba meter tu dedo, decía muchas cosas, me preguntaste al oído si lo había hecho así alguna vez, te dije que no, entonces me dijiste que esa iba a ser mi primera vez...

Me diste la vuelta para que me apoyara, inclinada hacia delante, en la baranda del puesto de bebidas y comenzaste a meter tu pene suavemente en mi vagina, la sensación de sentirte adentro por fin era gloriosa, ibas lento, luego más rápido... con tu mano derecha seguías jugando con mi clítoris y mis gritos de gata en celo comenzaron a hacerse escuchar mientras preguntabas, casi gritando, si me gustaba sentir esos 23 centímetros de pene dentro de mí... tus manos no me dejaban escapar mientras tú, llevado por la lujuria, seguías metiendo tu pene adentro, cada vez más adentro.

De pronto, sin darme cuenta, comenzaste con tu mano izquierda a meter nuevamente tu dedo en mi ano... me estabas cogiendo por todos lados: tu pene en mi vagina, una mano tuya en mi clítoris y la otra en mi ano... la playa estaba desierta lo que me permitía gritar de placer todo lo que quería sin preocuparme de nada...

Los orgasmos comenzaron a sobrevenir uno tras otro y tú los saboreabas con risas y suaves palmadas en mi trasero, hasta que, cansado ya, comenzaste a meter tu pene en mi ano... al principio fue el dolor, pero poco a poco fue dando paso al placer, placer que tu aumentabas con tus manos en mi vagina, ibas adentro con cuidado y afuera con rapidez, hasta que sentí el orgasmo más grande que he sentido en mi vida... mis piernas se estremecieron y grandes contracciones te hicieron saber de todo el placer que sentía en esos momentos.

Pero tu no estabas cansado y no ibas a dar por terminada la batalla de nuestros cuerpos así como así. Volviste a meter tu pene en mi vagina una y otra vez, hasta que, de pronto, me hiciste caminar, así, teniéndote adentro, hasta la orilla del mar... ahí continuaste, me lo metías indistintamente por el ano y por la vagina, una y otra vez, a veces más fuerte, otras más despacio... hasta que ni tu pudiste más y en un grito, acabaste dentro de mí... sentí tu explosión dentro de mí.

Estaba exhausta, la arena estaba mojada por lo que no podía descansar sobre ella, dejé sobre caer lo que me quedaba de ropa y me hundí en el mar, el agua estaba tibia, de pronto sentí que me abrazabas por atrás, besabas mi cuello y mi hombro, tus manos buscaban por más... ahí, dentro del agua, sintiéndome ingrávida, levanté mis piernas y te abracé con ellas, para que pudieras continuar metiendo tu pene dentro de mí en al compás de las olas del mar...

Estaba ya casi amaneciendo cuando decidiste que era hora de regresar, pero lo hiciste prometiéndome repetir nuestro encuentro cada noche que durara mi estadía en tu ciudad... y así fue.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Quien fuera tu guia por las calles oscuras de esta ciudad y te enseñara los recobecos del placer en Madrid.
El puñalón

Pirata Subterraneo dijo...

Muy buenos tus relatos, los leí con aviez y pasión. Muy calientes, bien escritos, llenos de deseo y placer. Todo un deleite para la imaginación. Saludos.

Anónimo dijo...

¡Hola! Además de felicitarte por decidirte a volcar tus fantasías en papel y animarte a que sigas haciéndolo, depurando tu estilo cada día y encontrando en tu mente nuevas historias cada día, me decido a dejarte este comentario porque me asalta una reflexión:
¿Por qué extraña razón nos sentiremos los hombres turbados, casi celosos, al imaginar la pérdida de la virginidad - aún de una mujer virtual, desconocida y probablemente inexistente - a manos de otro hombre?
Todos - o casi todos - hemos desvirgado a alguna mujer. En muchos casos, analmente. Pero el relato de lo que ya sabemos, de la sorpresa y el placer que reportan esa entrega incondicional que supone la primera experiencia anal por parte de una hembra, genera - extrañamente - una sensación turbadora y deliciosa: celos.
¿Será por no haber sido el objeto de esa suprema y última entrega?

Ser el afortunado inductor de esa entrega última, del abandono de todo prejuicio, de la superación del temor al dolor a cambio de la promesa de placer lo que hace tan reconfortante, excitante e inolvidable esa experiencia para el hombre, colmando todas sus fantasías de dominación.

En el contrapunto, el hecho de que esa entrega con mayúsculas se haya producido fuera del ámbito cotidiano de la mujer (a un amante ocasional VS su esposo, a un guía extranjero VS su círculo habitual) produce una curiosa sensación: celos.

Doblemente acertado - por lo tanto - tu relato, que consigue turbar, excitar y encelar al lector.

Gracias y perdona la extensión del comentario.

Soltera de Santiago dijo...

Bien, nunca he hecho ningún comentario a las cosas que me escriben aquellas personas que me leen, pero quiero aclarar una cosa: Mis relatos no son precisamente obra de mi imaginación... son cosas que me han pasado, las personas existen, los lugares existen, las experiencias existen... A lo mejor por esa misma razón no escribo tan seguido, porque tengo que recordar lo que me ha pasado para escribir.

Tu apreciación sobre los celos que siente el hombre son, a mi pobre parecer, por una sola razón: el sexo anal es sexo prohibido, es contra natura (dijera la iglesia) y el hombre siempre ha sentido una extraña fascinación por todo lo prohibído... Traslosojos: yo creo que es esa la razón de tu sentir...

Anónimo dijo...

Pues me gusta tu bblog lo acabo de descubrir por aquiseguire dandome mis vueltas un abrazo

Anónimo dijo...

Enhorabuena. Sería perfecto si quitases lo de los 23 centimetros. Es como demasiado prosaico. Por lo demás buenísimo, que envidia...

Soltera de Santiago dijo...

Que quieres que te diga Dane... imposible quitar lo de los 23 centímetros... el tamaño SI importa...

Anónimo dijo...

Me encanta tu blog, yo tengo uno por el estilo pero vaya, me quito el sombrero ante Vos...

Anónimo dijo...

chinga tu madre haz algo de probecho pinche mamon

Anónimo dijo...

En la playa y todo, debio ser muy rico, q envidia!